Aunque el déficit de cuenta corriente de Argentina aún no alcanza los niveles récord registrados en 2018, su tendencia creciente comienza a generar preocupación entre analistas y autoridades económicas. Según publica Infobae, el resultado negativo de la cuenta corriente —que refleja la diferencia entre ingresos y egresos del país en su vínculo comercial y financiero con el mundo— se aproxima a los 6.000 millones de dólares, impulsado por la salida de utilidades, la caída de exportaciones y un repunte en las importaciones de energía.

El punto de comparación es relevante: en 2018, el déficit superó los 30.000 millones de dólares, un nivel que derivó en la necesidad de acudir al Fondo Monetario Internacional. Aunque hoy la situación es distinta, el deterioro paulatino de la cuenta corriente pone presión sobre el tipo de cambio, las reservas y las expectativas de los mercados.

Uno de los factores que pueden amortiguar esta tendencia es Vaca Muerta. El yacimiento neuquino registró un nuevo récord de producción de gas y petróleo no convencional, lo que permitió sustituir importaciones y generar un flujo de divisas que contribuye al equilibrio externo. Sin embargo, la capacidad de exportar excedentes sigue limitada por la infraestructura, especialmente los gasoductos y terminales de transporte.

El comportamiento del dólar también será determinante. La brecha entre el tipo de cambio oficial y los paralelos sigue siendo elevada, lo que desincentiva la liquidación de divisas y complica la programación financiera del Banco Central. Además, cualquier movimiento brusco en el mercado cambiario podría afectar las proyecciones sobre el financiamiento externo.

El gobierno confía en que, con la consolidación fiscal y una política monetaria contractiva, el déficit de cuenta corriente se mantendrá bajo control. No obstante, las señales mixtas del comercio exterior, junto con la incertidumbre global por los precios de los commodities y las tasas de interés internacionales, agregan volatilidad al panorama.

Especialistas advierten que, aunque el déficit aún no es alarmante, su evolución debe ser monitoreada con atención. Un desequilibrio externo sostenido puede convertirse en una fuente de inestabilidad macroeconómica, sobre todo en un país con antecedentes de crisis por falta de divisas.

El desafío, en definitiva, es doble: sostener el superávit comercial a través del impulso a las exportaciones, y contener la salida de capitales y utilidades. La economía argentina, todavía vulnerable en su frente externo, deberá encontrar un nuevo equilibrio en un mundo cada vez más exigente y competitivo.

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